Quizá la crítica más atinada que se ha escrito de La señora March es la que publicó Alberto Olmos en El Confidencial el pasado 21 de marzo. Con aire socarrón consigue en su artículo reunir todas las sospechas que pudiéramos albergar acerca de este libro: que es fruto de una operación de márquetin, que no es un thriller, que no tiene ningún sentido la comparación con Patricia Highsmith o Virginia Woolf, que, en todo caso, siendo generosos, podría asemejarse a algunas de las novelas de Henry James, o también, que haya escrito la novela en inglés y no la haya traducido ella misma no son sino la evidencia de un pijería insufrible, y por último, para no extenderme, que ese mundo impostado en el que deambula la señora no existe, ya ha desaparecido. Sí, en su artículo Alberto Olmos recoge todas esas y algunas otras objeciones más. Merece la pena leerlo.
Pero yo sí acabé el libro, y puedo compartir buena parte de esas ideas, pero hay algunas de esas críticas que no tienen por qué ser necesariamente negativas: qué autor no se autopromociona, todos lo hacen, todos vendemos una imagen, un conocimiento, el problema no es ese, el problema, como siempre, es cómo se vende o autopromociona cada uno; por otra parte, situar a la protagonista en un mundo quizá extinto tampoco es algo que pueda reprochársele a nadie, hay miles de novelas que fuerzan nuestra fe lectora con más desparpajo que esta; o, más evidente, ¿no es la historia de la literatura una larga lista de eruditos privilegiados y biennacidos?
No es la novela prodigiosa que se nos pretende vender, desde luego que no, pero, como primera novela, Virginia Feito consigue mantener sin titubeos el tono del relato, que acaba desembocando allá donde la autora quiere llevarlo. Quizá no sea un prodigio, pero tampoco es una patochada. Yo sí acabé el libro.
ISV, 24/03/2022
Desde el siglo XX la novela policiaca ha funcionado también como válvula de escape de las tensiones sociales. En un principio se buscaba principalmente desentrañar un misterio. Primaba entonces el ingenio y la lógica. Eran los gloriosos tiempos de Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe o Agatha Christie. Pero, como decíamos, desde mediados del siglo pasado adquirió una vena más social, se ampliaron las miras, y mediante ese eficaz artefacto que es la novela negra se pretendieron mostrar las contradicciones del sistema. Y nació de la forma más humilde, a través del pulp. Dashiell Hammett y Raymond Chandler ejercieron de padres fundadores.
Ambas corrientes siguen coexistiendo, pero en Independencia, a Javier Cercas lo que le interesa es el marco social, la utilización por parte de la burguesía catalana del procés. Buen seguidor del proceso independentista, aquí, liberado de las exigencias del ensayo o las columnas de opinión, decíamos en el título, «se despacha a gusto». Porque da la impresión de que Javier Cercas ha disfrutado escribiendo esta novela, en la que mejora claramente las prestaciones que ya intuíamos en Terra Alta, y de la que Independencia es continuación y deudora.
Abandona así la autoficción, aunque no puede dejar de utilizarse a sí mismo como personaje, ni partir de una situación ya demasiado conocida de la política catalana, o citar por sus propios nombres a algunos de sus actores. Pero esta mezcla, que podría haber naufragado al hacerla deudora de una tesis, Javier Cercas la saca a flote con su enorme habilidad narradora. Porque la novela funciona bien. Diríase que muy bien. Se lamenta tener que acabar un libro que, por momentos, se devora. Y al final, de igual manera que en las novelas de Carvalho, nos queda un fresco vivo y oscuro de esta Barcelona que tanto amamos y tanto detestamos.
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